Están los príncipes que son felices y comen perdices. Al despertarse por la mañana. Tienen a la princesa durmiendo a su lado. Saldrán del castillo con la sonrisa en la cara. Y al volver, cenaran perdices por enésima vez.
Está el que se levanta por las mañanas y va en busca de esa princesa a la que rescatar del dragón. Y hace de ello el porqué de su existencia. Hace de ello la razón para encontrar fuerzas para levantarse y salir de la cama de un salto pensado, sabiendo, que la encontrará.
También está en el que prefiere soñarla. No es recomendable. Los peces no saltan solos al cubo. Es posible que incluso se deprima porque nunca llega. Seamos realistas, no conozco ningún príncipe al que la princesa le llegaba a la puerta de su casa. Si es así no merece mucho la pena. No confundir con las princesas aventureras. Esas, para mi gusto son las que de verdad merecen ser conocidas.
Hay quien intenta simplemente levantarse y salir en busca del dragón. Pasar de la princesa, y por supuesto, no dejar que la historia acabe ahí. Si bien, cuando acabara ese capítulo. Llegar a una posada. Comer, beber (una cerveza bien fría por supuesto) contar la historia, y acostarse (sin ganas, es perder el tiempo) porque sabe que al día siguiente le espera otro dragón aún más grande al que matar. Se levantará mucho más temprano que el resto de príncipes. Y con el aire frío cortándole en la cara emprenderá su viaje.
Durante el camino conocerá gente, que le ayudarán en sus hazañas. Con una mentalidad casi tan suicida como él. En el fondo sabe, que es preferible que no haya princesa que llore su muerte. Sabe que a veces es mejor no tenerla. No quiere que sufra preocupándose por él. El acto de arriesgarse es todo cuanto necesita. ¿Quien sabe? Quizás algún día conozca a esa princesa aventurera.
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