viernes, 12 de febrero de 2010

El legado de Sherlock.


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  Y ahí estaba yo. Esperando una vez más en un restaurante caro con una vela encendida. En plan romántico. Bebiendo agua. Me parecía adecuado que el vino lo eligiera mi acompañante, si algún día, llegaba a aparecer. Aunque pensándolo bien ¿porque no? lo príncipes azules no deberían llegar tarde. Hago un gesto con la mano para llamar al camarero.

- Un buen vino por favor.

Pasado un minuto, no más. El camarero me trae una botella, la cual tras mostrármela y esperar mi asentimiento se dispone a abrir. Sinceramente no entiendo de vinos, pero creo que un vestido como este, al menos se merece un buen vino. Me sirve una copa (un cuarto de copa para ser exactos), y coloca la botella en una cubitera con hielo situada en el centro de la mesa que instantes antes acababa de poner.

Una vez más, mi cabeza llega a la conclusión de que nada me sale según lo planeado. No es la primera vez. Y por supuesto no será la última.

Tras aburrirme de pensar en el millar de cosas de interés que pasan por mi cabeza en el proceso mental rutinario, así como haber hecho un análisis exhaustivo del resto de comensales del restaurante. Y después de que el camarero me volviera a preguntar que me apetece para comer, pido la cuenta. Guardo la botella en el bolso (que para eso la pagué), me levanto y me voy.

Salgo a la calle. Hace frío pero tampoco creo necesario ponerme el abrigo, ya que con un poco de suerte en breve conseguiré coger un taxi. Soy “una chica desamparada  a altas horas de la noche”. ¡Se me rifan!  Comienza a chispear. Un taxi rápido por favor. Pienso. Casi instantáneamente dobla la esquina el típico FX4 negro. Ese es mío.

- ¿Dónde señorita? – pregunta el taxista.
- Donde Sherlock Holmes – le respondo, y añado – 221B de Baker Street.

Nunca se sabe hasta dónde puede llegar la cultura de un taxista londinense.

Por casualidades de la vida, o porque quizás puse un poco de empeño en conseguirla, compré dicho domicilio hace cosa de dos años. Después de que su dueña se arruinara con la casa museo de dicho detective, decidió venderla. Y ahí vivo yo. Es exactamente igual que el 220B y el 222B de Baker Street. Bueno, quizás un poco más cara, pero resulta interesante compartir los sitios de retiro donde el mejor detective del mundo (literario, eso sí) meditaba. Como dato curioso, aunque el edificio en si fuese contruido en 1815, no tuvo esa numeración hasta el año 1932. Y como aclaración Sherlock “existio” desde 1887 hasta 1914.

Tras acabar una vez más este largo proceso mental, el cual suelo tener cada vez que mencionan mi dirección, veo que queda largo camino aún. Y que me va a salir caro el viaje. Aún así, a estas horas, es preferible al transporte público habitual. Es más preferible que el mero hecho de tener que esperar el bus en la parada con este tiempo.

Un rayo me saca de mis pensamientos. La noche se pone más fea de lo que parecía. No sé porqué, pero mi mirada llega al fondo de mi bolso donde veo la cara botella de vino. No creo que sea lo más adecuado pegarle un trago en este momento. La lluvia sigue golpeando fuertemente la visera delantera del coche, mientras que los limpiaparabrisas dan bandazos de un lado a otro a su máximo poder.

- ¿No tiene buena pinta la noche eh? – me pregunta.
- Emm…esto…no. Parece que no – respondí.

Esto es lo que me pasa cuando se interrumpen mis procesos mentales. Aunque dichos procesos vayan sobre ese mismo tema y pudiera hacerle un balance meteorológico completo. No soy capaz de contestar con una respuesta mejor que la mencionada.

- Me compadezco de las personas a las que la tormenta haya pillado en la calle – dice

Me ha tocado el taxista más hablador de todo Londres. Me limito a asentir. Sinceramente creo que este taxista no remanece de las calles londinenses. La gente en esta ciudad es demasiado fría. Casi con toda certeza es de algún pueblo cercano.

Pasamos junto a la puerta del teatro “Her Majesty”. A la que parece la hora de salida del espectáculo, ya que una multitud se encuentra en la puerta. Y ciertamente, verifiqué lo que el conductor me había dicho. Pareciera que forman grupillos para soportar mejor el frío y la mala noche. Algunos de ellos van con grandes (y probablemente pesados) bultos a la espalda.  El espectáculo debe haber acabado al menos hace media hora. Esos bultos deben ser los instrumentos. Hora de salida de los músicos. Tras unos aplausos, vuelta a casa con un sueldo pésimo.

Siempre había sentido algo de admiración por lo músicos. Tantas veces hubiera querido saber tocar un instrumento. Tantas veces me había arrepentido de haber rechazado la plaza que de niña me había conseguido mi padre en el conservatorio. Todo porque creía que aquel no era mi camino, o simplemente por pereza. Esta noche no me siento demasiado orgullosa de muchas de las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. Esta noche me parece demasiado absurda.

Al seguir avanzando por la calle. Y ver lo que creo que es otro de los músicos con su instrumento a la espalda, violín para ser más exactos…

- Disminuya la velocidad – le dije casi gritando al taxista.

Y mientras el coche se ponía a su altura bajo la ventanilla…


2 comentarios:

  1. jeje veo que al final te has decidido a poner la etiqueta! seguiremos atentos al desarrollo del relato...

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  2. No habrá que pagar copiright por la idea no?? jaja

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